Por Isabel Rodríguez Casanova
Escasas y aún no bien conocidas, las emisiones que el imperio bizantino realizó en la Península , probablemente en una ceca situada en Cartagena, presentan peculiaridades que las diferencian de sus coetáneas visigodas y del resto de talleres dependientes de Constantinopla.
La presencia bizantina en España entre los años el 554 y la segunda década del siglo VII era conocida hasta hace no muchos años por poco más que las fuentes históricas. Sin embargo, con el desarrollo de la arqueología, en particular de la urbana, se ha ido descubriendo la base material que corrobora este asentamiento especialmente en el sureste peninsular. Paralelamente, los estudios numismáticos han ido documentando en los últimos tiempos la existencia de moneda bizantina, especialmente procedente del norte de África, entre el circulante de los siglos V y VI d.C. en las zonas levantina, meridional y las islas Baleares.
Hasta hace poco más de medio siglo nadie se había planteado que en Hispania pudiera haber funcionado un taller monetario bizantino. Fue Ph. Grierson quien, en un conocido artículo publicado en la revista NumarioHispánico en 1955 fijó la procedencia de una serie de monedas inclasificables, copiadas de las bizantinas, dispersas en gabinetes y colecciones de todo el mundo, y que parecían formar entre sí un grupo homogéneo distinto tanto de las emisiones bizantinas contemporáneas como de las imitaciones de pueblos bárbaros bien sistematizadas.
Para indagar la procedencia de estas piezas tuvo un gran peso rastrear el origen de las colecciones en las que se encontraban, y poco a poco Grierson vio que muchas de ellas podrían haber sido formadas o compradas en España, como era el caso de las piezas conservadas en el British Museum, procedentes de la colección de un cónsul inglés asentado en Málaga. Tampoco parecía disparatado pensar en un origen semejante para la moneda conservada en la Hispanic Society , ni mucho menos para los ejemplares de las colecciones privadas de Vidal-Quadras y de W. Reinhart. Incluso había aparecido una en el tesoro de Recópolis (Zorita de los Canes, Guadalajara).
También el aspecto físico de las piezas recordaba a las monedas visigodas contemporáneas, principalmente por su ley, que no concordaba con lo conocido para las monedas bizantinas contemporáneas, pero sí recordaba a primera vista a las visigodas, lo mismo que sucedía con el peso y la delgadez del cospel. Así pues, había muchos indicios para pensar que estas emisiones procedían de la Península.
Cronológicamente, los emperadores que aparecen en las monedas coinciden con aquellos que tuvieron dominio sobre territorio hispano. Las primeras conocidas están emitidas a nombre de Justiniano, quien fue el artífice de la conquista de estas regiones, y las últimas pertenecen a Heraclio y Focas, esto es, mediados de la década del 620 d.C., momento en el que la presión de los visigodos fuerza el abandono bizantino de la Península.
En el anverso, las características más peculiares son la forma en la que se representa la diadema del emperador, mediante dos hileras de pequeños glóbulos, y la aparición de una cruz sobre la cabeza a partir de las emisiones de Mauricio Tiberio. En lo que respecta a los reversos, se conocen dos tipos: el primero de ellos sería el de la victoria representada de frente, sosteniendo corona y globo crucífero, y el segundo la cruz potenzada, adornada con alfa y omega, sobre tres gradas.
Pero si hay algo que realmente diferencia estas emisiones es la peculiar epigrafía monetal, en la que destacan la m y la a unciales, y especialmente esta última, desconocida por completo en cualquier otra emisión bizantina o de los pueblos bárbaros contemporáneos.
Una consecuencia derivada de la atribución a Hispania de estas acuñaciones fue pensar que quizás hubieran dado lugar a imitaciones en el ámbito visigodo, y es posible que en ese grupo hubiera que incluir algunas piezas del tesoro de Recópolis tenidas por merovingias, tema que aún no parece haberse dado por zanjado.
Tampoco tenemos certeza acerca de dónde fueron acuñadas estas monedas hispano-bizantinas. Dentro del territorio controlado por Bizancio en Hispania, y aunque hay quien no descarta situar la ceca en el sureste peninsular, por ejemplo en Málaga, si hubiera funcionado un taller monetal lo más probable es que hubiera estado situado en su capital, la ciudad de Cartago Spartaria, actual Cartagena,
Por otra parte, en las recientes excavaciones realizadas en dicha ciudad, han salido a la luz unas pequeñas monedas de bronce que muestran en una de sus caras una cruz y en otra la letra D, marca de valor alusiva a cuatro nummii, que se atribuyen también a época bizantina. Los hallazgos de estas piezas han ido en aumento paralelamente al desarrollo de la arqueología urbana cartagenera, en contextos bizantinos fechados a partir de Justiniano y por su concentración en la ciudad no parece descabellado pensar que fueron acuñados allí.
Las monedas de estas series hispano-bizantinas son escasas, pero es cierto que a partir de la publicación de Grierson ha habido un goteo de ejemplares publicados, una vez asumido por la comunidad numismática la adscripción de las piezas y su autenticidad. En su trabajo este investigador hablaba de una docena de ejemplares que había podido recopilar. Hoy en día son algunos más, no muchos, por poner un ejemplo recientemente se han publicado un tremissis de Heraclio procedente de Menorca y otro de Focas que se conserva en el monetario de la Real Academia desde el siglo XVIII y constatado en diversos documentos con notas tales como “No lo es [común] una moneda de oro de Focas de q.ecareciamos (…) es moneda muy rara, y muy parecida a la de ntros. Reyes Godos”.
Fuente: panoramanumismatico
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