Un cartero
llevando la correspondencia en la localidad de Ruí de Ferros, en León. / RICARDO
GUTIÉRREZ (EL PAÍS)
Posiblemente no habría
organización más poderosa sobre la
Tierra que aquella que agrupara todos los servicios de
correos del mundo y sus seis millones largos de empleados. Con el aire de una
inmensa división de infantería, esta supuesta megaempresa podría enorgullecerse
de conocer a casi todos los habitantes del planeta. Y eso sería así porque,
detrás de cada servicio de correos que se precie, hay una función que no ha
cesado durante siglos: llegar al último rincón de un país para llevar un
mensaje (una carta, un paquete, incluso algo de dinero) al vecino que allí
habita. Claro está que los tiempos han cambiado tanto que podría afirmarse que
un gigante como Google sabe más de nosotros, de miles de millones de
ciudadanos, que ninguna otra organización. Y precisamente, gracias a Google y
otras compañías, muy poca gente tiene ahora necesidad de enviar un mensaje a
alguien utilizando un intermediario.
La revolución tecnológica ha
dejado a los servicios de correos sin una parte de su trabajo, con una legión
de carteros a sus espaldas, y obligados a modernizarse a marchas forzadas bajo
la amenaza de evitar la ruina. El servicio
postal de Canadá parece haber abierto el debate al tomar la
decisión, hace unas semanas, de eliminar los carteros en un plazo de cinco
años. La medida ha puesto sobre alerta a todos los servicios de correos, que
matizan que “la decisión canadiense” no es tan radical como se está anunciando:
“No es lo mismo eliminar a todos los carteros que algunos servicios de entrega
a domicilio”, matiza un portavoz del servicio de correos español.
Canadá puso en marcha un plan de
cinco puntos que supone, entre otras medidas, la eliminación de una parte de la
entrega de cartas a domicilio en un plazo de cinco años. Los residentes en las
localidades afectadas podrán recoger su correspondencia en una especie de
oficina comunitaria. Canadá estima que su servicio universal de correos supone
un coste actual de 283 dólares por domicilio, coste que se puede bajar a 108
dólares si se abre la oficina comunitaria y se elimina al cartero. Las medidas
de choque van acompañadas de la reducción de 8.000 puestos de trabajo y la
subida del precio del sello de correos, el de un dólar (unos 72 céntimos de
euro). No se puede decir que Canadá tenía un servicio ruinoso o ineficiente:
hasta el año 2011, se habían registrado 16 años consecutivos de beneficios.
Pero las pérdidas comenzaron en 2012 y las previsiones dibujaban un panorama
preocupante con el horizonte de las 1.000 millones de dólares (729 millones de
euros) en números rojos para 2020. El volumen de correo había caído un 25%
entre 2008 y 2011.
El
informe, cuya conclusión es vista como una amenaza de muerte a la legendaria
figura del cartero, se basó en una encuesta entre los canadienses que dio como
resultado que el ciudadano medio apreciaba la calidad del servicio de Correos. Sin embargo, los habitantes de las grandes urbes
ponían mayor énfasis en la eficiencia y la rentabilidad, frente al hecho,
aparentemente romántico, de mantener un servicio puerta a puerta a toda costa.
Naturalmente, los habitantes de las zonas rurales no pensaban lo mismo. Sin
embargo, la encuesta valoraba la credibilidad del cartero.
La experiencia canadiense ha
provocado un aluvión de comentarios en el país vecino, donde también se cierne
la amenaza de las pérdidas sobre el gigante US Postal Service, una de las pocas empresas públicas que
tienen una estructura federal en Estados Unidos y cuya financiación depende del
Congreso. Algunas voces reclaman que se aplique la misma medicina y que se deje
el servicio en manos de la competencia privada. Sin embargo, el debate no es
tan simple como discernir entre rentabilidad y eficacia; la cuestión es quién
garantiza un servicio universal de correos, accesible a toda la población; en
términos de rentabilidad, pocas empresas están interesadas en llevar un paquete
a un lugar recóndito o de difícil acceso, salvo que medie un precio elevado.
Y es que, detrás de la
tradicional y solitaria figura del cartero, hay no solo una larga historia de
adaptación a los tiempos sino la esencia de un servicio público universal y
accesible a todas las economías.
El
servicio de correos nació como una institución del poder. Lo utilizaron los
faraones para sus comunicaciones hasta que Roma, como tantas otras cosas, le
dio una organización: el emperador Augusto lo utilizó como parte de las
comunicaciones militares. Del Imperio Romano datan las primeras estaciones
postales y el primer servicio de postas público denominado Cursus publicus.
Las experiencias de los servicios
de correos son muy diversas y discurren durante siglos entre lo público y lo
privado (en algunos casos, son los propios comerciantes los que establecen este
servicio), entre la concesión o el monopolio, hasta que, en el siglo XIX,
empieza a tomar cuerpo que es el Estado quien debe de garantizar un servicio de
correos universal y barato capaz de abarcar todo el territorio nacional. Para
entonces algunas cosas ya estaban cambiando, como el hecho de que la carta no
la pagara el receptor sino el remitente, idea que se le atribuye a Rowland
Hill, un funcionario inglés que presentó un proyecto a los encargados del
servicio postal británico para introducir ciertas reformas, a la vista de que
el servicio de correos era visto como confuso, caro y corrupto, en el cual las
cartas y los paquetes los pagaba el destinatario. Hill propuso la introducción
de un adhesivo, en el que dibujó el perfil de la Reina Victoria , que
se vendería al precio de un penique. Nació así, en 1837, el primer sello de
correos y el pago por anticipado de un servicio.
En España, el servicio de correos
fue una concesión durante años que graciosamente otorgaba el Rey, hasta que
Felipe V convirtió el servicio en un asunto responsabilidad del Estado. Se cita
el año 1706 como el del nacimiento del servicio público en España, el de 1756
como el de la creación del cuerpo de Carteros, circunscrito a Madrid (con un
total de 12 miembros, repartían la correspondencia en la docena de distritos de
la capital) y el de 1762 como el del nacimiento del primer buzón de correos.
Sin embargo, en España el cartero
no adquirió la condición de funcionario hasta la II República. Y hubo
que esperar a la democracia para que, por medio de la Ley de Cuerpos de Correos y
Telecomunicaciones de 1979, las mujeres pudieran entrar en ese servicio en
igualdad de condiciones. No quiere decir que no hubo carteras hasta entonces
(las primeras 40 mujeres entraron en el servicio de telégrafos en 1882 y las
primeras carteras actuaron en 1922 como consecuencia de una huelga de jefes y
oficiales de correos). Lo que sucedía es que el acceso estaba muy restringido
para las mujeres y sus salarios eran considerablemente más bajos, problema que
no se acabó de resolver hasta el ya citado año de 1979.
Pero lejos de estas curiosidades,
los servicios de correos se han ido adaptando a su tiempo permanentemente y han
sufrido, como en el caso de los países europeos a partir de 2001, procesos de
liberalización y recortes de personal. Sin embargo, la imparable evolución de
las nuevas tecnologías de comunicación hace sospechar que no tiene mucho
sentido entregar un mensaje a domicilio por muy lejos que esté el destinatario
y que se hace necesario reinventar la figura del cartero. Ahora bien, el
cartero es algo más que un trabajador que entrega un paquete.
“Destacaría dos aspectos”, señala
Óscar Medina, director de estrategia y desarrollo de negocio de la Sociedad Estatal
Correos y Telégrafos, “el papel que en la sociedad han jugado las personas, la
relación especial con los ciudadanos y el criterio de confianza. El servicio de
correos siempre ha sido visto con cercanía, y es un valor al que no se quiere
renunciar. Hemos automatizado y modernizado la compañía, pero lo que queda en
el fondo es que aparece una persona que da la cara, que no es igual que sea de
correos o sea de otra empresa. En los entornos rurales, otras compañías no
llegan. Y ahí somos reconocidos”. Medina admite que las empresas de correos
tienen que evolucionar y que la caída del volumen postal se equilibra con el
incremento de la paquetería. “Todo está cambiando”, añade, “pero al final es
una persona la que entrega el paquete”.
Medina
comprende la dificultad que ha de afrontar un servicio postal como el de Canadá
que, “con una población más pequeña que la española, debe atender a un
territorio que es 20 veces más extenso”. “Las soluciones no son homogéneas”,
dice Medina, “Nosotros tenemos 2.500 oficinas en España, comparado con otros
operadores no son muchas más, somos más eficientes y prestamos servicios a la
administración. Vivimos dos tipos de experiencias, las que generan volumen de
negocio y las que centran la función social independiente de su rentabilidad”.
Y es que a la explosión del
comercio electrónico se une la confianza que el consumidor deposita en un
servicio de correos público. Los servicios de correos modernizan sus
instalaciones para adaptarlas al mercado de la paquetería y diversifican sus
actividades buscando nuevos nichos de negocio. Por ejemplo, el Royal Mail
británico participa en proyectos para completar información de catastros y
geolocalización de edificios. Al tiempo que los carteros hacen su recorrido,
verifican el estado en el que se encuentran los edificios. “Aportan información
que completa las bases de datos”, dice Óscar Medina.
La experimentación con el trabajo
de los carteros es tan variada que podría diseñarse el perfil de un hombre
orquesta, capaz de ser un enfermero, un farmacéutico, un controlador o vaya
usted a saber qué actividad llegarán a desempeñar en un futuro. En Suiza y en
algunos países nórdicos, se está experimentando con carteros realizando
actividades como el acompañamiento de personas mayores en lugares alejados. En
Francia se está probando que los carteros realicen la entrega de medicamentos a
enfermos crónicos o la lectura de los contadores de la luz y el gas. La
utilización de teléfonos inteligentes o de otros aparatos digitales, les
convierten en un personal adecuado para certificar la identidad de una firma o
de una persona.
La propia telefonía se ha
convertido en un aliado de algunos servicios de correos como es el caso del
argentino, cuyo servicio público, privatizado en 1997 y nacionalizado en 2003,
permite que en sus casi 4.500 oficinas se puedan recargar los teléfonos o pagar
los impuestos. En Brasil, estudian que el servicio de correos se convierta en
una operadora telefónica, al estilo de lo que sucede en Italia, donde el
servicio de Correos, incluido en el Ministerio de Economía, ha vendido tres
millones de tarjetas telefónicas a lo largo de 2012 y donde hay proyectos en
marcha tales como que los carteros utilicen sensores para medir la calidad del
aire.
El cartero del futuro está
rediseñándose. Será probablemente un trabajador digital, un hombre orquesta dotado
de la última tecnología, capaz de administrar medicinas, atender a ancianos o
introducir todo tipo de datos en un ordenador portátil o hacer cualquier
desempeño que signifique estar cerca del lugar objeto de atención. Pero seguirá
siendo un empleado de confianza para la maquinaria del Estado y para el
ciudadano. Es en esa mezcla de credibilidad y cercanía donde reside la verdadera
naturaleza de su oficio. Si no, no será un cartero.
Las
cifras
Correos en España:
E 3.641 millones de
envíos gestionados al año.
E 1.739 millones de
euros de cifra de negocios.
E El servicio llega
diariamente a más de 28 millones de hogares, empresas e instituciones.
E Correos tiene 53.275
empleados.
E El número de oficinas
postales supera las 2.300.
E Existen cerca de
10.000 puntos de atención al público.
E El servicio estatal
de Correos dispone de una flota de más de 14.000 vehículos
E Hay 33.609 buzones y
17 centros de tratamiento automatizado.
Correos en el mundo
E 142 países utilizan
servicios de correos.
E En 2012 se
repartieron 350.000 millones de cartas.
E El 83,5% de la
población mundial se beneficia del reparto de correo a domicilio.
E 5,5 millones de
trabajadores están empleados en servicios públicos postales.
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