La historia del correo es
paralela a la historia de la humanidad. Seguir la evolución del correo, a la
que los sellos modernos han rendido numerosos homenajes, es entrar en un mundo
mágico y apasionante
Los antecedentes históricos del correo se
remontan a las antiguas civilizaciones de Oriente. Asirios, babilonios y persas
tuvieron que construir eficaces redes de comunicación con el fin de mantener la
cohesión de sus enormes imperios. El Egipto de los faraones se sirvió de
mensajeros a pie, al igual que la Grecia clásica, que utilizó a los denominados
hemeródromos, los corredores que llevaban los mensajes de los magistrados y los
responsables de los ejércitos. El conocimiento del lenguaje escrito y su
plasmación en tablillas de arcilla, hicieron que los mensajes se propagaran por
todo Oriente. Entre los años 559 y 530 a .C, Ciro II el Grande implantó el servicio
de correos más completo de la antigüedad, y la rápida transmisión de órdenes e
informaciones le permitió expandir el imperio persa a expensas de Babilonia.
China, por su parte, también estableció un complejo sistema de correos; dada la
magnitud de su territorio lo fue perfeccionando a la llegada de Marco Polo éste
quedó asombrado de su arraigo y tradición.
El imperio romano, a causa de su extraordinaria extensión y de la necesidad de mantener el contacto entre Roma y sus provincias, se vio obligado a crear una red de correos muy eficaz, que de hecho constituye la primera gran organización postal de Occidente; se establecieron rutas fijas y éstas se dividieron en etapas para que los mensajeros pudieran reponer fuerzas y cambiar de caballos. En el siglo I d. C, el emperador Augusto amplió las diferentes modalidades de correos entonces existentes, que estaban destinadas al uso exclusivo del Estado (comunicación entre altos cargos militares y administrativos), para darles un carácter más público. Con esta medida salió al paso de los correos privados que organizaban los patricios romanos, que ya sabían que la información es poder y no dudaban en montar sus propias redes de comunicaciones sirviéndose de sus esclavos o en utilizar las caravanas de mercaderes para enviar sus misivas.
El desmembramiento del imperio
romano también puso fin a su organización postal, y el correo volvió a
descentralizarse, difundiéndose nuevamente los servicios privados (entre
monasterios, agrupaciones gremiales, ya en el siglo VII los árabes contaban con un correo organizado, mientras que en
el continente americano los incas crearon una red de «tambos» (posadas o
postas) y por medio de «chasquis» (mensajeros a pie) hacían llegar los mensajes
a sus destinatarios.
En el siglo XIII, se concedió a
algunas universidades y municipios europeos la facultad de establecer correos
privados. Esto aceleró la transformación de los sistemas tradicionales, que seguían
basándose en aprovechar el paso de comerciantes, peregrinos y viajeros. En el
siglo xv, el aumento de las actividades mercantiles, el crecimiento de las
ciudades y las nuevas modalidades de pago -letras de cambio, pagarés y otros
documentos-, hicieron del correo un servicio ineludible, que debía ofrecer las
máximas garantías. De este modo, la intervención de los Estados no se hizo
esperar, y éstos -deseosos de ejercer un mayor control- exigieron numerosas
condiciones para reconocer a nuevos servicios privados. El más importante fue
el establecido por la familia italiana Tasso (o Taxis), que en el año 1502
obtuvo del emperador Maximiliano la concesión del monopolio del correo en los
territorios sometidos al imperio de los Austrias en demérito de las numerosas
ciudades que ya contaban con sus propias organizaciones postales. Así,
Francisco de Taxis organizó el servicio de correos en Flandes y los Países
Bajos, y en España fue nombrado correo mayor de Castilla, cargo que durante más
de un siglo heredaron sus descendientes.
En el siglo XVII se crearon las estafetas, que aceleraron
considerablemente el servicio de correos, y en el siglo XVIII el correo ya se estableció como un servicio oficial. Fue en
este último siglo cuando se difundieron los carteros, el sistema de matasellado
y otros elementos que mejoraron la organización postal, haciéndola más rápida y
regular. El correo, sin embargo, cobró su dimensión «moderna» en el siglo
pasado, cuando se fijaron los nuevos sistemas de franqueo y se asistió a la introducción
del ferrocarril y los barcos a vapor. Gracias a éstos, los Estados pudieron
hacer realidad su aspiración secular de controlar el correo, con lo que éste
dejó definitivamente de ser privado para convertirse en público. De este modo,
a mediados del siglo XIX todos los
servicios de correos eran estatales.
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