Desde un principio las cartas que
eran depositadas en los buzones de correos con destino la misma población
(correo interior), y en el caso de que se tratase de "pequeñas
poblaciones" (no sabemos a lo que deberían llamar pequeñas), estas debían
destruirse echándolas al fuego y sin abrir, tal como confirma una Ordenanza de
Correos de 1794 (ver figura 1), pues se suponía que su contenido podía tratarse
de "anónimos" o "chismes perjudiciales" para la población,
ya que las distancias que deberían recorrer las misivas era muy corta.
No fue hasta 1862 en que se
revocó esta Ordenanza por medio de una Circular de la Dirección General
de Correos (ver figura 2).
(Imágenes capturadas de Agora de
filatelia)
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