Buceando en la Historia de la Filatelia 009.
Publicado en Revista de Filatelia (diciembre 1999)
La evolución de los precios a los que se
cotizan las piezas de Historia Postal en los últimos años ha sido, en general,
espectacular. Pero de entre ellas, destacan las cartas circuladas por
correo certificado con anterioridad a 1875, las cuales han experimentado
incrementos vertiginosos. Por consiguiente, no está de más que centremos
nuestra atención en ellas.
El documento más antiguo, del que tengo
conocimiento, que haga referencia a cartas certificadas circuladas en España es
el título de correo mayor del reino de Aragón otorgado por Juan de Tasis y
Peralta en favor de Antonio Vaz Brandon de fecha 2 de enero de 1611. En él se
especificaba la obligatoriedad de que a las Estafetas se les diera un parte (lo
que generalmente se llama un “vaya”) en el que se indicara el día y hora en el
que salían del punto de partida y el día y hora en el que arribaban a
destino, y mandaba que “en dichos partes se pongan todos los dichos pliegos
de Su Magestad y sus ministros y esté obligados a tomar certificación de la
entrega para que se les pueda pedir cuenta dellos si se perdiere alguno, como a
los correos extraordinarios que se despachan por los ministros de Su Magestad”.
Pero este concepto de certificación no es postal, sino que se refiere al hecho
genérico de “certificar”, es decir: testimoniar, dar testimonio, asegurar uno
algo bajo su palabra o firma respondiendo moralmente de la certeza de lo que
dice.
Recientemente se han reputado dos cartas del
Archivo Histórico Municipal de León, una del año 1604 y otra de 1607, como
certificadas, cuando, en mi opinión, no lo son. Se trata de cartas que
llevan efectivamente escrita la palabra certificación con la abreviatura
habitual de la época y la firma autógrafa del Correo Mayor Tassis. Esta firma,
como acabamos de ver por el texto transcrito del título otorgado a Vaz Brandon,
era el requisito obligado a los correos extraordinarios de firmar la recepción
de las cartas que el rey o los miembros de su Consejo le entregaban a fin de
poderle exigir responsabilidades en caso de no llegar a ser entregadas a sus
destinatarios. Cierto es que pueden considerarse como antecedentes del correo
certificado, pero en sentido estricto no son certificadas porque ni se indica
el punto al que deben devolverse para comprobar su entrega (precisa la
expresión certificación a tal lugar), ni lleva el “recibí” del destinatario.
Estamos ante una certificación de oficio, no ante un certificado postal.
Pocas noticias tenemos de este tipo de
correspondencia con anterioridad al proceso de incorporación del correo a la
Corona y la creación de las marcas postales el 1 de enero de 1717, fecha en la
que se promulgan unas primeras disposiciones para su regulación así como la
tarifa de sus portes.
La carta certificada española más antigua que
se conserva hoy en día es la que reproducimos en este artículo. Está fechada en
Madrid el 14 de diciembre de 1661 y dirigida a la ciudad de Viana en Navarra.
Se trata de una misiva del rey Felipe IV comunicando el nacimiento de su hijo
Felipe el Próspero, que pese a su optimista calificativo fallecería antes de
cumplir los cuatro años de edad, el 6 de noviembre de 1661. De esta
comunicación se conocen varios ejemplares, pero no se conserva ninguna otra
carta certificada del siglo XVII. Y sólo durante la segunda mitad del XVIII es
cuando encontramos alguna carta certificada, primero sólo con indicaciones
manuscritas y más adelante con marcas específicas de certificación.
Observemos en la carta reproducida que ya
aparece la denominación (abreviada) “CERTIFICACION A MADRID” y, de forma
primitiva, los signos de certificado (aquí son dos aspas de cuatro y tres
trazos cada una, que posteriormente se convertirán en cuatro aspas de dos
trazos en cada una de las esquinas del frente de la carta). Lo que fuera
costumbre acabaría siendo preceptivo, así la O. de Correos de 29 de abril de
1861 dice “para que los certificados sean conocidos a primera vista y no se
confundan con la correspondencia ordinaria, se señalará con cuatro rayas en
cada uno de sus ángulos en esta forma ( )
según viene practicándose desde fecha inmemorial”.
Por los textos consultados parece que el
origen del correo certificado está en la garantía buscada en el correo real de
que las misivas llegaran a destino. La forma de lograrlo era obtener una
certificación de su entrega en destino. Esta certificación debía enviarse al
origen de la carta, de ahí que las marcas se denominen “certificación a
xxxxxx” (la población de origen) .
Postalmente la carta certificada sólo persigue
asegurar la entrega de la correspondencia al destinatario sin otra
responsabilidad por parte de la institución de correos que la puramente moral.
Correos ante la pérdida de un certificado no respondía de su valor (y más
tarde sólo de forma simbólica con una exigua cantidad).
Ya desde sus principios estuvo prohibido
remitir dinero y alhajas por correo como recoge la Novísima Recopilación (ley
17 tit. 13 libro 3) y las Ordenanzas de Correos de 1794. Por ello estuvo siempre
prohibido certificar dichos envíos; posteriormente únicamente con la mera
sospecha de que los pliegos que se presentaran cerrados pudieran contener
dinero o alhajas, debía rechazarse su certificación. Sólo a partir de 1858
sería viable este tipo de certificados en los que la tarifa era el doble de los
portes que le corresponderían como correspondencia ordinaria, más los dos
reales de derecho de certificado, más la posibilidad de asegurar su valor
pagando el tres por ciento de ese importe con sellos de correos. En ese momento
es cuando nace una nueva modalidad postal que más adelante se conocería como
“valores declarados”.
Será a lo largo del siglo XVIII, en la época
en la cual se afianzan los oficios de las estafetas, cuando el correo
certificado se regula como un servicio para su uso por parte de los
particulares. Es importante hacer notar que aquí nos estamos refiriendo a las
estafetas en su acepción original primera, como correos regulares y al servicio
del público (no en el sentido que el término estafeta adoptaría posteriormente
como una administración de la organización general de correos).
No es fruto de una moda el que hoy las
cotizaciones de estas piezas alcancen precios tan altos. La ignorancia sobre el
tema ha hecho que durante muchos años no se valorasen debidamente los
certificados; e incluso que llegaran a despreciarse como documentos postales
mutilados por ser en su inmensa mayoría sólo frontales (lo que, por otro lado,
es normal, ya que debían ser devueltos con la firma del destinatario y la
expresión de su recibo sin fractura a la administración en la que se impusieron
para estar disponibles si el remitente los reclamaba). El gran impulsor
de su estudio fue Antonio Perpiñá Sebriá que ante el asombro de todos formaría
la más importante colección de cartas certificadas de la primera época
filatélica y cuya obra “El correo certificado franqueado con sellos”, publicada
por FESOFI en 1989, es un extraordinario ejemplo de trabajo de investigación
postal. No obstante queda pendiente de estudio la primera época del correo, la
etapa que conocemos como prefilatélica.
Los certificados no solamente tienen
justificados los precios que por ellos se están pagando en la actualidad, sino
que en mi opinión todavía se verán revalorizados en un futuro. Se trata, en
general, de piezas excepcionales. Para tener una idea de su extraordinaria
rareza digamos, por ejemplo, que de los 150 años que abarca el siglo XVIII y la
primera mitad del XIX podemos estimar en unos 250 ó 300, como mucho, las cartas
certificadas que se conservan. Que hay demarcaciones postales como Extremadura
Alta o Andalucía Alta de las que no se conserva ni un solo certificado y de
otras, como Rioja, Navarra o Filipinas, únicamente se conocen uno o dos
ejemplares. En esos años anteriores a la emisión de los sellos, los
certificados son todavía más raros que en la época filatélica, porque si
evaluamos en escasamente dos por año los prefilatélicos conocidos en toda
la península, durante los primerosa 10 años de uso de sellos (1850-1859) el número
de los conocidos se eleva a más de siete por año.
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Nota del autor:
Nota del autor:
Pese a lo afirmado en el artículo, el
documento más antiguo en el que se trata de tales “certificaciones” es de
tiempos de Juan II de Aragón, concretamente de 1459, y reza así una vez
traducido del arcaico catalán en el que está escrito: “El
que exhibe la presente, apellidado Bartolomé Roger, llegó á Valencia y
entregó el pliego de las cartas y escrituras que me venía dirigido de
parte de los muy magníficos Señores los Concelleres de la ciudad de
Barcelona, el miércoles por la mañana, antes de las seis, que contábamos
28 del presente mes de febrero año 1459. En testimonio de lo cual, yo,
Daniel Bertran, notario y escribano del Sr. Rey, le extiendo la presente certificación de mano propia dicho día”.
Durante el siglo XVI la existencia de
certificaciones de entrega de correo se encuentran reflejan en los llamados
“vayas” o “partes” (el más antiguo que conozco es el de un correo con dos cartas
de Su Majestad dirigidas a Sanlúcar de Barrameda el 23 de maypo de 1550.
Esas certificaciones de entrega las
encontramos posteriormente, desde principios del siglo XVII, en el frente de
cartas refrendadas con la firma del propio Correo Mayor Juan de Tassis en el
Archivo Simón Ruiz de Medina del Campo. Una de estas cartas, fechada en
1604, Fernando Alonso la considera la primera carta certificada del mundo, pero
como decimos sólo indican que se debe extender una certificación de su
entrega. Más tarde sólo aparecen en el frente de las cartas signos de
certificación y textos manuscritos “certificación a…” sin la firma del Correo
Mayor ni de ningún otro.
La carta reproducida en este artículo, ha sido
considerada de manera unánime hasta hace unos años como la carta certificada
más antigua de España. En realidad forma parte de este último tipo de
certificaciones en su proceso evolutivo hacia lo que será lo que hoy conocemos
como el correo certificado.
Cada vez parece más consolidado el criterio de
considerar estas anotaciones manuscritas como referencias a la obtención
de una certificación conforme la carta ha sido entregada al destinatario y no
como una carta certificada en el pleno sentido que hoy tiene esa palabra.
Tras la incorporación de los correos a la corona
española, la primera carta certificada conocida está fechada en León el 21 de
enero de 1717. Y, aunque ésta es la primera certificación de la época en la que
se crean las marcas prefilatélicas, todavía seguimos sin conocer el momento y
la forma exacta en la que se crea la correspondencia certificada como una clase
especial de correo semejante al concepto que tenemos hoy en día de carta
certificada.
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